sábado, 23 de enero de 2010

II: 1/2

Le resultaba imposible no mirar con repulsión a aquel hombre que se hacía llamar su padre. Nunca se había hecho cargo de él, mucho menos respondió a las súplicas que él hacía cuando su madre enfermó. Ni las lágrimas que derramó, ni el sudor de las arduas jornadas de trabajo o la sangre que derramaba cuando golpeaba con violencia la deslavada pared del piso que compartía con su madre, lograron algún efecto en él. Por eso no entendía el porqué ahora, el día del juicio por su custodia, estaba luchando contra las personas que sí se habían esmerado en que tuviese algo parecido a un hogar, aún con la ausencia de su madre. Y para peor, aún cuando siempre había deseado el estar con su padre, estaba temiendo. Tenía un mal presentimiento sobre todo esto.
Indudablemente, anhelaba poder hacer como el irresponsable de Hayden, su mejor amigo, bebiendo ron en un desastroso y nauseabundo bar hasta que le diese la gana, y perderse tal como hacía él, en un mundo ajeno donde su madre, una arpía caza fortunas, no le importara un huevo lo que hiciera su hijo, o su padrastro de turno tratara inútilmente de deshacerse de él a fuerza de gritos y amenazas. Pero él no podía. No por nada se le confería el título de “San Adrien”, concedido por Demian, su compañero de instituto, que siempre le acusaba de ser un jodido y desagradable mártir. Toda una reputación.
—Hey “San Adrien” —dijo Hayden despectivamente, a modo de broma—, ya no me vengas con esa cara, que es la cuarta y última vez que te lo aguanto. Comprendo que tu padre sea un completo hijo de puta que nunca en su vida asumió tu paternidad, y que hayas pasado de mano en mano como el papel higiénico después de la muerte de tu excéntrica madre. Y no me mires con esa cara —sonrió burlonamente al ver la irritación casi impresa en la frente de Adrien— que ella sí estaba loca como una cabra; de novio en novio, de trabajo en trabajo, y de derroche a malversación de cupones que le otorgaba el Estado para comida y educación, en ropa elegante y totalmente inasequible. Pero lo que sí no puedo aguantar—agregó, ampliando aún más la sonrisa—es que me vengas con tu complejo de mártir, que dando pena por aquí y por allá. Madura y deja de actuar como un niño hambriento y necesitado del África, por amor a Dios —tornó sus ojos tal como hacía Demian en el instituto.
Hayden era un total misterio para él. Pese a que lo conocía casi desde que tiene uso de razón, siempre había una especie de barrera entre ellos, que le decía a gritos que él sabía más de lo que un mejor amigo podía conocer sobre él. Pese a todo, su amabilidad e incondicional lealtad habían hecho que poco a poco, con el paso de los años, se fuese debilitando aquel sentimiento que siempre le mortificaba.
—En algo te equivocas —rió al ver confusión en el rostro de su mejor amigo. Mi padre no es un hijo de puta, sino un auténtico y grandísimo hijo de puta. No sé con qué clase de cojones viene al juicio, creyendo infructuosamente que le darán la tuición en un abrir y cerrar de ojos.
—Que no te extrañe. Debe ser algún efecto del LCD o el éxtasis –guiñó un ojo Hayden. Nunca sabrás qué clase de drogo tendrás de padre hasta que lo tengas. Definitivamente, Hayden sí que era un misterio, más aún con ese aspecto de lo más surrealista, que pese a que Hayden lo detestara a cabalidad, su fino cabello platinado y sus grandes y tormentosos ojos grises resultaban ser el blanco de varias y graciosas, pero libidinosas miradas.
—Chicos, siento interrumpir —dijo Miguel Ángel, su actual tutor— pero creo que ya es hora de ir a cenar. Si hay un cambio en el curso del juicio les informare, ¿Vale? —sonrió amargamente.
Se sabía que la última voluntad de su madre, según lo que comentaban, era prohibir que su hijo estuviese con su padre. Y más sabía que uno de los más acérrimos de esta teoría era Miguel Ángel, el mejor amigo de su fallecida madre, quien por cierto, era cinco años menor. Un completo inmaduro de tan sólo veintisiete años, que no tenía idea alguna sobre crianza en adolescentes, pero que contra todo pronóstico, accedió gustoso el cuidar amablemente de él.
—No te preocupes, querubín —le sonrió Hayden, aún cuando la sorpresa en el rostro de Miguel Ángel fuese en aumento—. Adrien estará en buenas manos.
Dicho esto, tomó su bolso y me hizo una señal para que nos largáramos. Con un escueto abrazo y una promesa de que mañana tendríamos noticias sobre el caso, por parte del mayor, abandonamos el tribunal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
 
Copyright © Eat my words
Blogger Theme by BloggerThemes Design by Diovo.com